SIN APEGO A LA VIDA.

Con las hojas arremolinadas en la puerta, hiciste una guirnalda. La tejiste con esmero, decorándola con finos lazos dorados que hacían resaltar el verdor de las hojas caídas a destiempo.

Arrastraste tu canción por toda la estancia, mil gotas de esencia cubrieron el suelo que sin darnos cuenta se convirtió en una alfombra de recuerdos.

En mi cuello colgó la guirnalda durante horas, y en ese espacio de tiempo logré conquistar tu mente distraída para hacerla cómplice de mi historia.

Repetías halagos, encauzándolos por el aire frío de la noche.

Tus lágrimas unidas a mis frases crearon un bálsamo milagroso con olor a antiguos poemas.

Intenté apresar tu corazón para que permaneciera cercano a mí, pero sabía que volaría lejos, muy lejos, porque él nunca me perteneció.

Sin apego a la vida transitas por este mundo. Sorteas los obstáculos ruines que a tu paso encuentras. No pides ayuda, no confías en nadie. Permutas risas por tristeza y sólo así pareces estar contento.

Permíteme quererte. Permíteme hablarte con parsimonia, deteniéndome en cada palabra, ensamblándolas con cariño para que lleguen a tus oídos portando luz. Permíteme cambiar tu presente matizando con ternura cada herida, ocupándome con esmero de que nada te haga daño.

No quiero que transites por este mundo como si nada te fuese conocido, aislado de todo y todos, perdido en ti confusa mente. Deseo que mis caricias te devuelvan el vigor que te han robado los años, el brillo en los ojos, la tibieza en el corazón. Quiero que se entrelacen nuestras manos y formen un inquebrantable lazo de cariño.

Déjame asomarme al balcón de tu sonrisa y sumergirme en ella, prolongando así cada segundo de felicidad, cada instante preciso de calma, cada soplo acompasado de aire nuevo que ha de despeinar la tristeza tornándola en esperanza.