A finales del siglo XIX, un antiguo estudiante de la Universidad de Oxford se convirtió en el Jefe de la Administración de la Justicia de Inglaterra. Uno de sus compañeros de clase se convirtió en el Secretario del Exterior de Gran Bretaña. Un tercero se hizo de una reputación internacional como escritor. Un cuarto, Temple Gairdner, era tal vez el más dotado entre sus compañeros de clase. Pero no alcanzó fama ni influencia. ¿Por qué? Aceptó a Cristo como Salvador y vivió como misionero en lugares oscuros y peligrosos.
Gairdner pudo haberse convertido en alguien tan conocido como sus compañeros de estudio. Pero cuando decidió hacerse misionero escribió lo siguiente a su hermana: «Encuentro que es temiblemente difícil lidiar con la ambición. Parece tan natural, sobre todo con la crianza y la educación que uno recibió, esperar con ansias hacer una marca y un nombre, y tan terriblemente difícil resignarse a vivir y a morir metido en algún rincón.»
Nosotros probablemente no recibamos el llamamiento a hacer ese tipo de sacrificio. Pero, ¿estamos dispuestos a servir a nuestro Salvador en obediencia radical? Para servirle fielmente debemos dejar de lado nuestros propios intereses, como hizo Pablo: «Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gálatas 6:14).
Tomado de Nuestro Pan Diario.
Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. . . . –Gálatas 6:14.