Prophecy Place (El lugar de la Profecía)
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 Libro I de La Guerra de los Judíos

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Jose Hector Ruiz

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MensajeTema: Libro I de La Guerra de los Judíos   Libro I de La Guerra de los Judíos Icon_minitimeJue Ago 04, 2011 12:53 am

Capítulo I

En el cual se trata de la destrucción de Jerusalén hecha por Antíoco.

Estando discordes entre sí los príncipes de los judíos en el tiempo que Antíoco, llamado Epifanes, contendía con Ptolomeo el Sexto sobre el Imperio de Siria, que tanto codiciaba, cuya discordia era sobre el señorío, porque cada cual de ellos, siendo honrado y poderoso, tenía por cosa grave sufrir sujeción de sus semejantes; Onías, uno de los pontífices, prevaleciendo sobre los otros, echó de la ciudad a los hijos de Tobías. Estos entonces vinieron a Antíoco, suplicándole muy humildes armase ejército contra Judea, que ellos lo guiarían. Y por estar el rey de sí muy deseoso de este negocio, fácilmente consintió con lo que ellos suplicaban. De manera que con mucha gente de guerra salió a seguir la empresa; y después de haber combatido la ciudad con gran fuerza, la tomó, y mató muchedumbre de los amigos de Ptolomeo; y dando licencia a los suyos para saquear la ciudad, él mismo robó todo el templo, y prohibió por tiempo de tres años y seis meses la continuación de la religión cotidiana.

El pontífice Onías se fue huyendo a Ptolomeo, y alcanzando de él un solar en la región heliopolitana, fundó allí un pueblo muy semejante al de Jerusalén, y edificó un templo. De las cuales cosas, con más oportunidad haremos mención a su tiempo.

Pero no se contentó Antíoco con haber tornado la ciudad sin que tal confiase, ni con haberla destruido, ni con tantas muertes; antes, desenfrenado en sus vicios, acordándose de lo que había sufrido en el cerco de Jerusalén, comenzó a constreñir a los judíos, que desechada la costumbre de la patria, no circuncidasen sus niños, y que sacrificasen puercos sobre el ara: a las cuales cosas todos contradecían y los que se mostraban buenos en defender esta causa, eran por ellos muertos. Hecho capitán Bachides de la guarnición de la ciudad, por Antíoco, obedeciendo a todo lo que le había mandado, según su natural crueldad, toda maldad excedió azotando uno a uno a todos los varones dignos de honra, representándoles cada día y poniéndoles delante de los ojos la presa de la ciudad en tanta manera, que por la crueldad de los daños que recibían fueron todos movidos a vengarse. Finalmente, Matatías, hijo de Asamoneo, uno de los sacerdotes del lugar nombrado Modin, con la gente de su casa (porque tenía cinco hijos) se puso en armas y mató a Bachides, y temiendo a la gente que estaba en guarnición, huyóse hacia los montes. Pero descendió con gran esperanza, habiéndosele juntado muchos del pueblo, y peleando, venció los capitanes de Antíoco, y los echó de todos los términos de Judea.

Hecho señor, y el más poderoso, con el próspero suceso, con voluntad de todos los suyos, porque los había librado de los extranjeros, murió, dejando por príncipe y señor a Judas, que era su hijo mayor.

Este, pensando que Antíoco no había de sufrir aquello, juntó ejército de gente suya natural, y fue el primero que hizo amistad con los romanos, e hizo recoger con gran pérdida a Antíoco Epifanes, el cual otra vez se entraba por Judea. Y siendo aún nueva y reciente esta victoria, vino contra la guarnición de Jerusalén, porque no la había aún echado ni muerto; y habiendo peleado con ellos, los forzó a bajar de la parte alta de la ciudad, que se llama Sagrada, a la baja; y habiéndose apoderado del templo, limpió todo aquel lugar, cercólo de muro, y puso vasos para el servicio y culto divinos, los cuales procuró que se hiciesen nuevos, como que los que solían estar antes estuviesen ya profanados; edificó otra ara y dio co­mienzo a su religión.

Apenas había cobrado la ciudad el rito y ceremonias suyas sagradas, cuando Antíoco murió. Quedó por heredero de su reino, y aun del odio contra los judíos, su hijo, llamado también Antíoco. Por lo cual, juntando cincuenta mil hombres de a pie y casi cinco mil de a caballo y ochenta elefantes, vínose a los montes de Judea, acometiendo por diversas partes, y tomó un lugar llamado Betsura.

Salióle al encuentro Judas con su gente en un lugar llamado Betzacharia, cuya entrada era difícil; y antes que los escuadrones se trabasen, su hermano Eleazar, habiendo visto un elefante mayor que los otros, el cual traía una gran torre muy adornada de oro, pensando que venía allí Antíoco, salió corriendo de entre los suyos, y rompiendo por medio de sus enemigos, llegó al elefante, pero no pudo alcanzar aquel que pensaba él ser el rey, porque venía muy alto, e hirió la bestia en el vientre; derribóla sobre él mismo, y murió hecho pedazos, sin hacer otra cosa sino que, habiendo emprendido y cometido una cosa digna de gran nombre, tuvo en más la gloria que su propia vida. Pero el que regía el elefante era un hombre privado y particular: y aunque en aquel caso se ha­llara Antíoco, no le aprovechara a Eleazar su atrevimiento, sino haber tenido en poco la muerte por la esperanza de una hazaña tan memorable.

Esto fue a su hermano manifiesta señal y declaración de los sucesos de toda la guerra, porque pelearon los judíos mucho tiempo y muy valerosamente; pero fueron finalmente vencidos por los del rey, siéndoles fortuna muy próspera, y excediéndolos también en el número y muchedumbre: y muertos muchos de los judíos, Judas, con los demás, huyó a la comarca llamada Gnofnítica. Partiendo Antíoco de allí para Jerusalén, y habiéndose detenido algunos días, retiróse por la falta de los mantenimientos, dejando de guarnición la gente que le pareció que bastaba, y llevóse los demás a alojar y pasar el invierno en Siria.

Cuando el rey partió, no reposó Judas; antes, animado con los muchos que de su gente se le llegaban, y juntando aquellos que le habían sobrado de la guerra pasada, fue a pelear con los capitanes de Antíoco en un lugar llamado Adasa; y haciéndose conocer en la batalla matando a muchos de sus enemigos, fue muerto. Dentro de pocos días fue también muerto su hermano Juan, preso por asechanzas de aquellos que eran parciales de Antíoco y le favorecían.
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MensajeTema: Re: Libro I de La Guerra de los Judíos   Libro I de La Guerra de los Judíos Icon_minitimeSáb Ago 06, 2011 1:30 am

Capitulo 2


Habiéndole sucedido su hermano Jonatás, rigiéndose más proveída y cuerdamente en todo lo que pertenecía a sus naturales, trabajando por fortificar su potencia con la amistad de los romanos, ganó también amistad con el hijo de Antíoco; pero no le aprovecharon todas estas cosas para excusar el peligro. Porque Trifón, tirano, tutor del hijo de Antíoco, acechándole y trabajando por quitarlo de todas aquellas amistades, prendió engañosamente a Jonatás, habiendo venido a Ptolemaida con poca gente para hablar con Antíoco, y deteniéndole muy atado, levantó su ejército contra Judea. Siendo echado de allá y vencido por Simón, hermano de Jonatás, muy airado por esto, mató a Jonatás.

Ocupándose Sinión en regir valerosamente todas las cosas, tomó a Zara, a Jope y a Jamnia. Y venciendo las guarniciones, derribó y puso por el suelo a Acarón, y socorrió a Antíoco contra Trifón, el cual estaba en el cerco de Dora, antes que fuese contra los medos.

Pero no pudo con esto hartar la codicia del rey, aunque le hubiese también ayudado a matar a Trifón. Porque no mucho después Antíoco envió un capitán de los suyos, Cendebeo, por nombre, con ejército, para que destruyese a Judea y pusiese en servidumbre y cautivase a Simón. Pero éste, que administraba las cosas de la guerra, aunque era viejo, con ardor de mancebo, envió delante a sus hijos con los más valientes y esforzados; y él, acompañado con parte del pueblo, acometió por el otro lado; y teniendo puestas muchas espías y celadas por muchos lugares de los montes, los venció en toda parte. Alcanzando una victoria muy excelente y muy nombrada, fue hecho y declarado pontífice, y libertó los judíos de la sujeción y señorío de los de Macedonia, en la cual habían estado doscientos setenta años. Este, finalmente, murió en un convite, preso por asechanzas de Ptolorneo, su yerno, el cual puso en guardas a su mujer y a dos hijos suyos, y envió ciertos hombres de los suyos para que matasen a Juan tercero, que por otro nombre fue llamado Hircano.

Entendiendo lo que se trataba y cuanto se determinaba, el mozo vino con gran prisa a la ciudad confiado en mucha parte del pueblo, acordándose de la virtud y memoria de su padre, y porque también la maldad de Ptolomeo era aborrecida de todos. Ptolomeo quiso por la otra puerta entrar en la ciudad, pero fue echado por todo el pueblo, el cual antes había ya recibido a mejor tiempo a Hircano. Y luego partió de allí a un castillo llamado Dagón, que estaba de la otra parte de Jericunta.

Habiendo, pues, Hircano alcanzado la honra y dignidad de pontífice, la cual solía poseer su padre después de haber hecho sacrificios a Dios, salió con diligencia contra Ptolemeo, por socorrer a su madre y a sus propios hermanos; y combatiendo el castillo, era vencedor de todo, y vencíalo a él justamente el dolor solo. Porque Ptolomeo, cuando era apretado, sacaba la madre de Hircano y sus hermanos en la parte más alta del muro, porque pudiesen ser vistos por todos, y los azotaba, amenazando que los echaría de allí abajo si en la misma hora no se retiraba. Este caso movía a Hircano a misericordia y temor, más que a ira ni saña. Pero su madre, no desanimada por las llagas y muerte que le amenazaba, ni amedrentada tampoco, alzando las manos rogaba a su hijo que, movido por las injurias que ella padecía, no perdonase al impío Ptolomeo, porque ella tenía en más la muerte con que Ptolomeo le amenazaba, y la preciaba mucho más que no la vida e inmortalidad, con tal que él pagase la pena que debía por la impía crueldad que habla hecho contra su casa, contra toda razón y derecho. Viendo Juan a su madre tan pertinaz en esto, y obedeciendo a lo que ella le rogaba, una vez era movido a combatirlo, y otra perdía el ánimo, viendo los azotes que padecía; y como la rompían en partes, sentía mucho este dolor. Alargando en esto muchos días el cerco, vino el año de la fiesta, la cual suelen los judíos celebrar muy solemnemente cada siete anos, por ejemplo del séptimo día, cesando en toda obra; y alcanzando con esto Ptolemeo reposo de su cerco, habiendo muerto a los hermanos de Juan y a la madre, huyó a Zenán, llamado Cotilas por sobrenombre, tirano de Filadelfia.

Enojado Antíoco por las cosas que había sufrido de Simón, juntó ejército y vino contra Judea; y llegándose a Jerusalén, cercó a Hircano. Este, habiendo abierto el sepulcro de David, que habla sido el más rico de todos los reyes, y sacado de allí más de tres mil talentos en dinero, persuadió a Antioco, después de haberle dado trescientos talentos, que dejase el cerco, y fue el primer judío que tuvo gente extranjera a sueldo dentro de la ciudad a costa suya. Y alcanzado tiempo para vengarse, dándoselo Antíoco ocupado en la guerra de los medos, luego se levantó contra las ciudades vecinas de Siria, pensando que no habría gente que las defendiese, lo cual fue así. Tomó a Medaba y a Samea con los lugares de allí cercanos; a Sichima y Garizo, y demás de éstos, también a la gente de los chuteos, que vivían en los lugares comarcanos de allí, cerca de aquel templo que había sido edificado a semejanza del de Jerusalén. Tomó otras muchas ciudades de Idumea, y a Doreón y Marifa. Después pasando hasta Samaria, donde está ahora fundada por el rey Herodes la ciudad de Sebaste, encerróla por todas partes e hizo capitanes de la gente que quedaba en el cerco a sus dos hijos Aristóbulo y Antígono. Los cuales, no faltando en algo, los que estaban dentro de la ciudad vinieron en tan grande hambre, que eran forzados a comer la carne que nunca habían acostumbrado. Llamaron, pues, para esto que les ayudase a Antíoco, llamado por sobrenombre Espondio, el cual, mostrándose obedecerles con voluntad muy pronto, fue vencido por Aristóbulo y por Antígono y huyó hasta Escitópolis, persiguiéndole siempre los dos hermanos dichos, los cuales, volviéndose después a Samaria, encierran otra vez la muchedumbre de gente dentro del muro, y ganando la ciudad la destruyeron y desolaron, llevándose presos todos los que allí dentro moraban. Sucediéndoles las cosas de esta manera prósperamente, no permitían ni consentían que aquella alegría se resfriase; antes, pasando delante con el ejército hasta Escitópolis, la tomaron y partiéronse todos los campos y tierras que estaban dentro de Carmelo.
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MensajeTema: Re: Libro I de La Guerra de los Judíos   Libro I de La Guerra de los Judíos Icon_minitimeSáb Sep 10, 2011 4:27 am

CAPITULO III

Poncio Pilatos introduce clandestinamente imágenes del emperador en Jerusalén. Los judíos
se sublevan. Tribulaciones de los judíos en Roma

1. Pilatos, pretor de Judea, salió de Samaria con su ejército para invernar en Jerusalén.
Concibió la idea, para abolir las leyes judías, de introducir en la ciudad las efigies del
emperador que estaban en las insignias militares, pues la ley nos prohíbe tener imágenes. Por
este motivo los pretores que lo precedieron, acostumbraban a entrar en la ciudad con insignias
que carecían de imágenes. Pero Pilatos fué el primero que, a espaldas del pueblo, pues lo
llevó a cabo durante la noche, instaló las imágenes en Jerusalén.

Cuando el pueblo se enteró, se dirigió a Cesárea en gran número y pidió a Pilatos
durante muchos días que trasladara las imágenes a otro lugar. El se negó, diciendo que sería
ofender al César; pero puesto que no cesaban en su pedido, el día sexto, después de armar
ocultamente a sus soldados, subió al tribunal, establecido en el estadio, para disimular al
ejército oculto. En vista de que los judíos insistían en su pedido, dió una señal para que los
soldados los rodearan; y los amenazó con la muerte, si no regresaban tranquilamente a sus
casas. Pero ellos se echaron al suelo y descubrieron sus gargantas, diciendo que preferían
antes morir que admitir algo en contra de sus sabias leyes. Pilatos, admirado de su firmeza y
constancia en la observancia de la ley, ordenó que de inmediato las imágenes fueran
transferidas de Jerusalén a Cesárea.

Germanico, sobrino e hijo adoptivo del emperador romano Tiberio, falleció en Antioquia en el año 19, posiblemente víctima de una enfermedad fatal, pero se sospechó que Pisón (gobernador de Siria) lo envenenó como resultado de una enemistad feroz que se profesaban ambos. El suicidio subsecuente de Pisón impidió probarle el cargo de asesinato. Tiberio nunca escapó la sospecha, si no de instigar el asesinato de Germánico, por lo menos de incitar la enemistad que acabó en la tragedia. Germánico había sido un general exitoso e inmensamente popular que de no haber sido por su muerte prematura se habría convertido en emperador. Su hijo Cayo o Calígula sería después emperador. V. Tácito, Anales.

2. También dispuso Pilatos llevar agua a Jerusalén, a expensas del tesoro sagrado, desde
una distancia de doscientos estadios. Pero los judíos quedaron descontentos por las medidas
tomadas; se reunieron muchos miles de hombres que pidieron a gritos que se desistiera de lo
ordenado; algunos, como suelen hacerlo las multitudes, profirieron palabras ofensivas16.
Pilatos envió un gran número de soldados vestidos con ropa judía, pero que bajo los vestidos
ocultaban las armas, a fin de que rodearan a los judíos; luego ordenó a éstos que se retiraran.
Como los judíos dieron muestras de querer injuriarlo, hizo la señal convenida a los soldados;
éstos castigaron mucho más violentamente de lo que se les había ordenado tanto a los que
estaban tranquilos, como a los sediciosos. Pero los judíos no mostraron señal ninguna de
debilidad, de tal modo que sorprendidos de improviso por gente que los atacaba a sabiendas,
murieron en gran número en el lugar, o se retiraron cubiertos de heridas. Así fué reprimida la
sedición.

3. Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito
llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fué maestro de aquellos
hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos
gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo
condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de
hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían
anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces
hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos.


4. Por la misma época los judíos sufrieron otra tribulación. Acontecieron en Roma
algunos hechos en el templo de Isis, que se consideraron escandalosos. Recordaré
primeramente el crimen que se cometió en dicho templo, y luego referiré lo acontecido a los
judíos. Había en Roma una cierta Paulina, de ilustre nacimiento y de gran prestigio por su
afán en la práctica de la virtud además abundaba en riquezas, era de una gran belleza y estaba
en aquella edad en que las mujeres son más coquetas; pero ella llevaba una vida virtuosa.
Estaba casada con Saturnino, que rivalizaba con ella por sus buenas cualidades. Se enamoró
de ella Decio Mundo, caballero de la más alta dignidad. En vano trató de seducirla mediante
numerosos regalos, pues ella rechazó todos los que le ofrecía. Su amor aumentó cada vez más,
hasta que llegó a ofrecerle doscientas mil dracmas áticas por una sola noche.
En vista de que ni aun con esta suma pudo doblegar su ánimo, no pudiendo soportar
16Se ha querido relacionar este episodio con otro mencionado en Lucas XIII.4: en este pasaje Jesús alude a la Torre de Siloé, que se desplomó y mató a 18 personas, fortificación que estaría cerca del estanque del mismo nombre; dicho accidente pudo estar relacionado con la construcción del acueducto motivo del tumulto relatado por Josefo.


Se supone que este párrafo ha sido interpolado, probablemente por un lector cristiano que añadió al manuscrito original una nota marginal, incorporada luego en el texto. La suposición se basa sobre todo en la observación de que el pasaje interrumpe el relato, que prosigue en el párrafo siguiente, y que la caracterización de Jesús está redactada en términos que sólo pudo haber empleado un cristiano (especialmente por la afirmación de que Jesús era el Mesías, algo que no pudo decir nunca Josefo, quien siempre se mantuvo en la fe judía). Pero en 1972 el
profesor Schlomo Pines, de la Universidad Hebrea en Jerusalén, anunció su descubrimiento de un manuscrito árabe del historiador melquita Agapio, del siglo décimo, en el que el pasaje de Josefo queda expresado de una manera apropiada para un judío, y que se corresponde de una forma tan estrecha a las anteriores proyecciones hechas por eruditos acerca de lo que Josefo habría escrito originalmente. El texto de Agapio es el siguiente:



"En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según
esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas.".
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