Jesús, ese gran desconocido
Asombro. Eso fue lo que experimentaron los discípulos aquel día.
Comían, caminaban, hasta dormían junto a Jesús; y aún así, desconocían quien era ese hombre que podía reprender al viento.
En la barca vieron peligrar sus vidas, comprobaron con temor que la tempestad que los acechaba era implacable, inmisericorde con cada uno de ellos. Jesús, con soberanía, deshizo el entramado de zozobras que tanto espanto despertaba en la marinería carente de fe.
Obró un nuevo milagro, un prodigio que hizo que los discípulos se plantearan una paradójica pregunta: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Jesús, ese gran desconocido. Ése que alimentaba a multitudes logrando que lo nimio se convirtiera en abundante comida.
Ese que sanaba a quienes a su paso ofrecían sus afligidos cuerpos derrotados y sin esperanza.
Ese que se presentaba en el templo y dejaba boquiabiertos a los doctos de la ley. Ése , era un total extraño.
Tanto tiempo junto al maestro y seguían sin saber nada de él. Después de calmar la tempestad, cuando la barca consiguió quedar serena, los discípulos confusos se cuestionaron la identidad de aquel sorprendente tripulante. Nos puede parecer una pregunta insólita, carente de sentido, pero en la actualidad, después de haber vivido cosas importantes junto a Jesús, después de haber comprobado cuanto amor regala, muchos se hacen la misma pregunta, o quizá todos en realidad nos la hacemos.
Está tan cerca que en ocasiones no lo vemos. Percibimos con temor la adversidad, el gran problema que nos acecha. Oteamos con inquietud el futuro y pese a no ver nada, nos arriesgamos a pronosticar.
Al mirar tan a lo lejos, perdemos de vista que Él está demasiado cerca, está a nuestro lado en los momentos de angustia, en las horas bajas, en el túnel del dolor, en el cilicio y el llanto.
Jesús, ése gran desconocido al que a menudo llamamos amigo y del que tenemos tanto que descubrir. Yolanda Tamayo