Juan 7:37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva
Jesús les estaba diciendo a un pueblo sediento: Yo Soy el agua de vida, yo sacio tu sed, yo soy el que te limpia, el que te riega.
La escritura nos habla de las aguas, como figura de lo que habría de dar nuestro Señor Jesucristo para nuestra restauración, es decir, Su Espíritu Santo. Somos una humanidad caída de un modelo perfecto, a un sistema de tinieblas, pero Jesucristo vino a recuperar lo que se había perdido, a llamar a las almas al arrepentimiento, y entonces, llevarlas al Reino de la Luz:
Juan 5:39 Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.
Jesús el Señor le decía a los religiosos que tomaban el antiguo testamento (hasta ese momento la única parte de la biblia que había sido escrita) para tomar dogmas y procedimientos para alcanzar la salvación. Ellos se habían vuelto muy sabios en las escrituras, más tenían al Rey de Gloria frente a sus ojos y planeaban matarle, porque no lo conocían. Jesús les decía: La biblia no es un libro de dogmas religiosos para alcanzar la vida eterna, la biblia habla de mi. Yo soy el dador de la vida eterna. "El que en mi crea, aunque esté muerto, vivirá".
Hoy hay muchos mensajes que salen de la biblia, pero que no están hablando de Jesús. Algunos hablan de religión, de costumbres, de cómo llevar el cabello, qué tan largas deben ser las faldas, qué contenido de alcohol tenía el vino de las bodas de Caná, cuantos días se debe ayunar para ver un milagro, pero eso no sacia al alma que necesita de Jesús, ese mensaje no está llevando a las almas al Autor de la Vida.
Veo a una multitud corriendo a los pies del Maestro, ellos saben que en Él tienen sanidad, palabra de vida, alimento, y hasta el amor que el mundo le ha negado, en Él no consiguen condenación, ni que se le llame inmundo o ramera, o se le aparte por sus muchos pecados, en Él hay compasión y misericordia, y poder de Dios para restaurar vidas. Veo a otro grupo con sus biblias en sus manos, tomando distancia y viendo el espectáculo con horror, creyendo que en sus prácticas y en sus doctrinas está la vida eterna, y no reconocen al Salvador frente a sus ojos.
No nos desviemos, Cristo es el Salvador, el Sanador. Cualquier predicación debe estar fundamentada en Jesucristo, la Roca, Él es el único que puede saciar el hambre y la sed del hombre hacia Dios. Los efectos de predicaciones sobre "los asuntos de la biblia" que ponen los ojos en las prácticas y no en el Señor para recibir vida eterna, han cosechado falsas doctrinas, iglesias dormidas, miembros pecadores y muriéndose de enfermedades, locos y adictos a pecados destructivos, porque ponen sus ojos en las escrituras para hallar vida eterna, no toman en cuenta que las escrituras hablan de Jesús.
Cuando Naamán el sirio estaba enfermo de lepra, fue a Israel para consultar a un profeta de Dios para saber si podía el Dios de Israel sanarlo (la historia está en 2 Reyes 5). El profeta Eliseo lo mandó a lanzarse 7 veces en el río Jordán para que fuera sanado. El hombre se devolvió desilusionado a Siria, porque el Jordán era de aguas pantanosas, y pensó que en Damasco habían mejores ríos. Pero luego fue convencido de que debía ser allí donde tenía que zambullirse. Tras lanzarse 7 veces en el jordán, se levantó de las aguas totalmente limpio, con la piel como la de un bebé.
Cuando somos sumergidos en las aguas del Espíritu, que Cristo hace reventar como cascadas en nuestro interior, es cuando la naturaleza de Cristo inunda nuestro ser, allí nacemos de nuevo, recibimos la mente de Cristo, el amor de Dios se derrama en nuestro corazón, la paz de Cristo viene a ser real en nuestro ser... como Naamán el sirio, cuya piel llena de llagas ahora era como la de un recién nacido; porque Dios eligió este símbolo del antiguo testamento para manifestarle al pecador que todas sus manchas pueden ser lavadas en las aguas del Espíritu Santo, cuando nos dejamos sumergir en Su presencia con humillación. Allí, somos transformados en una nueva criatura, libre del pecado y libre de la maldición, totalmente limpios por la sangre del Señor Jesucristo que derramó en la cruz, pagando el precio del castigo por nuestros pecados, librándonos a todos los que corremos a la Cruz con sencilla fe en Su palabra, tal como Naamán el sirio tuvo que ir al Jordán de aguas pantanosas.