Lo que tengo te doy No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda… Hch 3:601 DE DE 2011
¿Cuántos años llevaría sentándose aquel hombre a la puerta de la Hermosa?
¿Cuántas veces habría soñado con recibir sabrosas limosnas que le permitieran vivir cómodamente?
Jamás hubiese pensado que aquel encuentro con Juan y Pedro iba a resultar tan trascendental en su vida.
El milagro fluye, los tullidos miembros son restaurados, la cojera desaparece, la vida se renueva.
En ese vertiginoso cambio, en ese vuelco maravilloso que efectúa su existencia reconoce el poder divino . Entra gozoso en el templo, exultante de alegría, andando, saltando y alabando a Dios.
Advirtió este hombre con inmediatez al autor de aquel regalo.
Sabía que se habían esgrimido sencillos útiles para ejecutar el milagro, pero la transformación, el cambio, era poder absoluto de Dios.
No siempre reconocemos el poder de Dios en nosotros. Aceptamos su misericordia y todo lo que ello conlleva con la naturalidad de quienes creen ser merecedores de tal despliegue de amor.
A veces, no somos conscientes de que cada día es un pequeño gran milagro que hemos de agradecer a quien nos lo otorga.
No podemos acostumbrarnos a Dios. El hecho de ver pasar sus prodigios ante nosotros y no darles la relevancia que merecen, hace que olvidemos con torpeza quien es merecedor de nuestra continua alabanza.
Cuando la monotonía y ajetreo diario me roba la claridad para ver lo que me acontece con ojos amables, reconozco la necesidad que tengo de pasar un tiempo a solas con Él.
En esos encuentros hallo la respuesta que mi corazón ansía, ese soplo de aire restaurador que me indica donde está mi puerto, a donde debo dirigir mi embarcación.
Cuando la alegría permanece amordazada, busco ansiosamente un lugar de recogimiento para decirle a mi redentor, que tenga misericordia de mí.
Tras mis ruegos, descubro su mano extendida que con amor desata la mordaza y me devuelve la risa.
Entono un cántico nuevo, ensalzo su nombre y como aquel cojo transformado, salto de alegría y alabo a mi creador. Autores: Yolanda Tamayo©Protestante Digital 2011