Sé que cuando desprecio la actitud de una persona y la juzgo, me posiciono en el lugar de Dios e intento hacer su labor. Al castigar sus errores con mi ferviente rechazo estoy castigándome a mí misma, estoy haciéndole ver mi incapacidad para perdonar.
¡ Ufff...! Es difícil no ser crítica con ciertos asuntos. Ardua labor tener que admitir como vecino a quien sabes es un ser de tachable reputación y moral incalificable.
Miro a Jesús clavado en la cruz, dándole una última oportunidad a ese malhechor que agoniza junto a él. No lo juzga por todo lo que ha hecho, ve en él ápices de remordimiento, pinceladas de contrición, leves rayos de pesar por una vida dedicada a cometer fechorías.
Tuvo misericordia de su vida, regalándole la oportunidad única de compartir morada eterna.
No somos, ni por asomo, similares a Jesús, pero aún así hemos de luchar por parecernos cada día más y más a su persona. Perdonar y dar una segunda oportunidad no nos parece una idea reconfortante, pero sí él aprueba hacerlo, quiénes somos para detener su mano.
Yo soy tu prójimo, tú eres mi prójimo, todos lo somos, todos compartimos partitura en esta gran orquesta. Tristemente no todos deciden tocar los acordes correctos. Dios los juzgará, mi cometido es únicamente perdonar e intentar que la obra de Dios no quede supeditada a mis deseos humanos.