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 LAS FIESTAS DEL REINO - David Chilton

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Jose Hector Ruiz

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MensajeTema: LAS FIESTAS DEL REINO - David Chilton   LAS FIESTAS DEL REINO - David Chilton Icon_minitimeMiér Ene 04, 2012 12:43 am

La cena de bodas del Cordero (19:1-10)

1 Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro;
2 porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella.
3 Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.
4 Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
5 Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.
6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor Dios Todopoderoso reina!
7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.
8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.
10 Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
Hay varias similitudes de lenguaje entre este pasaje y el de 11:15-19, el anuncio del tema del séptimo ángel sobre la consumación del "misterio de Dios": la apertura del reino y el templo celestial al mundo entero en el nuevo pacto. Podemos ver fácilmente el mensaje de estos versículos como una ampliación de esa idea cuando tomamos nota de los paralelos:


11:15 - Grandes voces en el cielo.19:1 - Una gran voz de una gran multitud en el cielo.
11:15, 17 - Él reinará por los siglos de los siglos... Has tomado tu gran poder, y has reinado.19:1, 6 - ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro... ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
11:16 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios.19:4 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron en tierra y adoraron a Dios.
11:18 - Ha venido el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas y a los santos.18:24-19:2 - En ella se halló la sangre de los profetas y de los santos... Sus juicios son verdaderos y justos; porque ha vengado la sangre de sus siervos.
11:18 - Tus siervos ... los que temen tu nombre, los pequeños y los grandes.19:5 - Todos sus siervos, los que le teméis, así pequeños como grandes.
11:19 - Hubo relámpagos, voces, truenos ...19:6 - La voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos ...

El aspecto de la Esposa, preparada para las bodas, es por esto equivalente a la apertura del templo y al pleno establecimiento del Nuevo Pacto. Estas imágenes son invocadas juntas nuevamente al final de esta serie de visiones, cuando la Ciudad de Dios descienda del cielo, "dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos ..." (21:2-3). La Iglesia, la Esposa de Cristo y Ciudad de Dios, es el templo del Nuevo Pacto - o más bien, "el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (21:22).



1-2 El pueblo de Dios había orado por la destrucción de Jerusalén (6:9-11). Ahora que sus oraciones han sido contestadas, la gran multitud de los redimidos prorrumpe en la alabanza antifonal, en obediencia a la orden angélica de 18:20: "Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella". Debemos observar cuidadosamente lo que Juan hace aquí: Apocalipsis es una profecía, y por lo tanto su intención es "para edificación, exhortación y consolación" (1 Cor. 14:3): A sus lectores se les ordenó "oír las cosas en ella escritas" (Apoc. 1:3). Al revelar las oraciones imprecatorias de la Iglesia celestial contra sus enemigos, Juan estaba instruyendo a sus hermanos sobre la tierra para que hicieran lo mismo; ahora, habiendo revelado la segura destrucción de la ramera, Juan muestra a la Iglesia del siglo primero cuál debe ser su deber cuando caiga Jerusalén. No deben lamentar su fin, sino alabar a Dios por la ejecución de su venganza sobre ella. La voluntad de Dios ha de ser ejecutada en la tierra así como en el cielo. Al mostrar el modelo del culto celestial, Juan revela también la voluntad de Dios para el culto terrenal.


La liturgia antifonal está dividida en cinco partes distintas. Como hemos visto, el número cinco (comp. 9:5) está conectado con fortaleza, especialmente en términos de acción militar. De modo apropiado, este cántico de cinco partes es un "himno de combate", basado en cánticos de triunfo del Antiguo Testamento sobre los enemigos de Dios y del Pacto. La multitud celestial canta: ¡Aleluya! Los únicos usos de esta expresión hebrea en el Nuevo Testamento (que significa ¡Alabad al Señor!) ocurren en este pasaje, donde ocurre cuatro veces, en alabanza por la divina reconquista de la tierra. Como observa Hengstenberg, "la preservación de la palabra hebrea, como en el caso también de Amén y Hosanna, sirve como indicador visible para marcar la conexión interna entre la Iglesia del Nuevo Testamento y la del Antiguo". 1 La palabra misma recuerda los salmos-Hallel (Sal. 113-118), cánticos de victoria que se cantaban en las festividades de la Pascua y los Tabernáculos. Estos salmos celebraban la grandeza de Dios, revelada especialmente en la liberación de su pueblo de Egipto y su restauración al verdadero culto; y esperan el día en que todas las naciones alaben al Señor. Excepto por alusiones menores a un par de salmos-Hallel en los versículos 5 y 7, Juan no construye esta liturgia sobre este modelo; más bien, el uso de Aleluya por sí solo es suficiente para hacer la conexión. La primera ocurrencia bíblica de la expresión, sin embargo, ocurre en Salmos 104:35, que notablemente es paralelo a la yuxtaposición de juicio y alabanza en Apocalipsis:



Sean consumidos de la tierra los pecadores,
Y los impíos dejen de ser.
Bendice, alma mía, a Jehová.
Aleluya.
La destrucción de la Jerusalén apóstata en nombre de Cristo y de su Iglesia será la demostración de que la salvación y el poder y la gloria pertenecen a nuestro Dios - una frase que recuerda el regocijo de David cuando los preparativos para construir el edificio del Templo habían concluído: "Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos" (1 Crón. 29:11; Cristo también aludió al texto de David en el Padrenuestro, Mat. 6:13: "Tuyo es el reino y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén"). El cántico también cita la celebración de David, en Salmos 19:9, de la abarcante autoridad de la Ley: "Los juicios de Jehová son verdad, todos justos". En cumplimiento de las maldiciones de la Ley sobre la ciudad apóstata, el nuevo Israel de Dios se incorpora al cántico, afirmando que sus juicios son verdaderos y justos.

La destrucción de Israel muestra la justicia de Dios. El honor de Dios no podría soportar la blasfemia de su nombre ocasionada por la rebelión de su pueblo (Rom. 2:24). La prueba de que "sus juicios son verdaderos y justos" es precisamente el hecho de que Él ha vengado a su propio pueblo, rechazando a los que habían sido llamados por su nombre: porque él ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Esto establece la conexión entre la ramera y la "Jezabel" que buscaba destruir a las iglesias (véase 2:20-24). Jezabel, la reina ramera (2 Reyes 9:22), había atraído a Israel del culto al verdadero Dios al culto al estatismo y a la idolatría (1 Reyes 16:29-34). Ella había perseguido y asesinado a los profetas (1 Reyes 18:4, 13), y levantado testigos falsos para que calumniaran a los justos en los tribunales (1 Reyes 21:1-16). Por eso, Jehú fue ordenado por el mensajero de Dios para que destruyera la casa de Acab, "para que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de Jezabel" (2 Reyes 9:7). Los adúlteros devaneos y coqueteos con el paganismo son comparados por los profetas con las "fornicaciones y hechicerías" de Jezabel (2 Reyes 9:22): de la misma manera en que ella "se pintó los ojos y adornó su cabeza" en un vano intento por evitar la destrucción (2 Reyes 9:30-37), Israel hizo lo mismo en vano:




Y tú, destruída, ¿qué harás? Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con atavíos de oro, aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida. (Jer. 4:30; comp. Eze. 23:40).

Nada menos que el arrepentimiento podría haber salvado a Jerusalén. Ella rehusó inflexiblemente hacer esto, y así Dios se vengó de ella por su persecución de los justos. Nuevamente debe subrayarse que Jesús marcó a Jerusalén como el objeto de la ira vengadora de Dios. Hablando del derramamiento de las maldiciones del pacto que culminarían con la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C., dijo: "Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas" (Lucas 21:22). Por medio de Moisés, Dios había advertido de la futura apostasía de Israel, cuando Israel le despertaría a celos sirviendo a otros dioses (Deut. 32:15-22), atrayendo segura destrucción sobre ellos mismos y sobre su tierra (Deut. 32:23-43). Cuatro veces en este pasaje Dios amenaza que su venganza alcanzará a los apóstatas: "Mía es la venganza y la retribución" (v. 35); "yo tomaré venganza de mis enemigos, y daré la retribución a los que me aborrecen" (v. 41); "Alabad, naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo" (v. 43).

3 En la segunda división del cántico, la gran multitud repite el estribillo: ¡Aleluya! Nuevamente, la razón de la alabanza es un piadoso regocijo por la destrucción del enemigo de la Iglesia, pues su humo sube por los siglos de los siglos. Como hemos observado (véase sobre 14:11; 18:2, 9), esta expresión se basa en la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén. 19:28), mientras la fraseología específica ha sido tomada prestada de la descripción de Isaías del castigo de Edom (Isa. 34:10). Se usa aquí para indicar la naturaleza permanente de la caída de Babilonia. 2



4 La tercera sección de la liturgia encuentra a los veinticuatro ancianos y a los cuatro seres vivientes - que representan a la Iglesia y a toda la ccreación terrenal (véase sobre 4:4-11) - tomando parte distintiva en el cántico. Primero, se nos dice, se postraron en tierra y adoraron; nuevamente notamos la importancia de la postura, de la actitud física, en nuestra actividad religiosa. La aflicción de la Iglesia moderna, de neoplatonismo "espiritualista" - para no mencionar la simple pereza - ha reesultado en una actitud demasiado descuidada hacia el Altísimo. Por lo menos, nuestra posición física en público, en el culto oficial, debería corresponder al temor y la reverencia piadosos que es apropiado en los que son admitidos a una audiencia con Dios, que está sentado en el trono.


5 No se nos dice de quién es la voz que pronuncia la cuarta sección de la liturgia desde el trono. Podría ser la de uno de los ancianos, que guía a la congregación desde una ubicación cerca del trono; pero es más probable que sea la de Cristo Jesús (comp. 16:17), invitando a sus hermanos (Rom. 8:29; Heb. 2:11-12) a alabar a nuestro Dios (comp. Juan 20:17, donde Jesús dice: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"). Que esto se dirige a la Iglesia en general queda claro de la descripción de los adoradores: Sus siervos, los que le temen, los pequeños y los grandes.


6-8 Al responder la Iglesia entera a la invitación del oficiante, ella habla con la voz familiar de la Nube de Gloria (comp. Éx. 19:16; Eze. 1:24), indicando su plena identificación con la goriosa imagen de Dios: Juan escucha, como si fuera, la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos. La Nube ha asumido la Iglesia a sí misma.


El primer ¡Aleluya! de la "gran multitud" había alabado a Dios por su soberanía, como se muestra en el juicio de la gran ramera. El cuarto ¡Aleluya!, en esta porción quinta y final de la liturgia, alaba a Dios nuevamente por su soberanía, esta vez como se muestra en el matrimonio entre el Cordero y su Esposa. La destrucción de la ramera y el matrimonio entre el Cordero y su Esposa - el divorcio y las bodas - son eventos correlativos. La existencia de la Iglesia como congregación del Nuevo Pacto marca una época enteramente nueva en la historia de la redención. Dios no estaba solamente llevando a los creyentes gentiles al Antiguo Pacto (como lo había hecho a menudo bajo la economía del Antiguo Testamento). Más bien, estaba introduciendo "el mundo venidero" (Heb. 2:5; 6:5), la era de cumplimiento, durante estos últimos días. El pentecostés fue el principio de un Nuevo Pacto. Con el divorcio final y la destrucción de la esposa infiel en el año 70 d. C., el matrimonio entre la Iglesia y su Señor quedó firmemente establecido; la celebración eucarística de la Iglesia quedó plenamente revelada en su verdadera naturaleza como la "cena de las bodas del Cordero" (v. 9).


La multitud de los redimidos se regocija: ¡La Esposa está preparada! El deber de los apóstoles durante los últimos días fue el de preparar a la Iglesia para sus nupcias. Pablo escribió sobre el sacrificio de Cristo como la redención de la Esposa: Él "amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra; a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha" (Efe. 5:25-27). Pablo extendió esta imagen al hablarles a los corintios de la meta de su ministerio: "Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo". Pero existía el peligro de que la Iglesia fuera seducida para que fornicara con el dragón; el apóstol temía que, "como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2 Cor. 11:2-3). Al acercarse el final de la crisis de aquellos días, cuando muchos se estaban apartando de la fe y yéndose tras varias herejías, Judas escribió a la Iglesia un apresurado mensaje de urgencia (véase Judas 3), en el cual instaba a la Esposa a permanecer fiel a su Señor, confiándola a "aquél que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría" (Judas 24).


Pero ahora Juan ve una visión de la Iglesia en su gloria y su pureza, habiendo enfrentado con éxito sus pruebas y tentaciones, habiendo pasado por grandes tribulaciones a la posesión del Reino como la Esposa de Cristo. Contrario a lo que Roma esperaba, la destrucción de Jerusalén no fue el fin de la Iglesia. En vez de eso, fue el pleno establecimiento de la Iglesia como el nuevo templo, la declaración final de que Dios había tomado para sí una nueva Esposa, una virgen fiel, casta, que había resistido con éxito las seductoras tentaciones del dragón. Ella se había preparado, y éste era su día de bodas. Los primeros cristianos aprendieron bien la lección que expresó más tarde el obispo del siglo tercero, Cipriano: "La esposa de Cristo no puede ser adúltera; es incorrupta y pura. Conoce un sólo hogar; guarda con casta modestia la santidad de un lecho. Nos guarda para Dios. Designa para el reino los hijos que ha dado a luz. Quienquiera que sea separado de la Iglesia y se una con una adúltera, queda separado de las promesas de la Iglesia; ni puede el que abandona la Iglesia de Cristo alcanzar la recompensa de Cristo. Es un desconocido; es profano; es un enemigo. Ya no puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre. Si pudo escapar alguno de los que estaban fuera del arca de Noé, entonces también puede escapar el que está fuera de la Iglesia. El Señor amonesta, diciendo: 'El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama' [Mat. 12:30]. El que quebranta la paz y la concordia de Cristo, lo hace en oposición a Cristo; el que recoge en cualquier parte que no sea la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo... El que no guarda esta unidad no guarda la ley de Dios, no guarda la fe del Padre y del Hijo, no guarda la vida ni la salvación". 3


El cántico de alabanza continúa: Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Ya hemos visto al lino usado como símbolo (15:6; comp. 3:4; 4:4; 7:9, 14); ahora, se dice explícitamente que su significado simbólico es las acciones justas de los santos. 4 Dos puntos importantes se señalan aquí acerca de la obediencia de los santos: primera, se le concedió - nuestra santificación se debe enteramente a la obra de gracia del Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones; segunda, a ella se le concedió por gracia que se vista del lino fino de las acciones justas - nuestra santificación es llevada a cabo por nosotros mismos. Este doble énfasis se encuentra a través de todas las Escrituras: "Santificaos ... Yo Jehová que os santifico" (Lev. 20:7-8; "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12-13).


9 A Juan se le instruye que escriba la cuarta y central bienaventuranza del libro de Apocalipsis: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. El pueblo de Dios ha sido salvado de la prostitución del mundo para convertirse en la Esposa de su Hijo unigénito; y la constante señal de este hecho es la celebración semanal de la su fiesta sagrada de la Iglesia, la Santa Eucaristía. La absoluta fidelidad de esta promesa queda subrayada por el hecho de que el ángel le asegura a Juan que éstas son las palabras verdaderas de Dios.


Ni que decir tiene (pero, desafortunadamente, hay que decirlo) que la Eucaristía es el centro del culto cristiano; la Eucaristía es lo que se nos manda hacer cuando nos reunimos en el día del Señor. Todo lo demás es secundario. Con esto no queremos decir que las cosas secundarias no son importantes. Por ejemplo, la enseñanza de la Palabra es muy importante, y de hecho, necesaria para el crecimiento y el bienestar de la Iglesia. Por mucho tiempo, la doctrina ha sido reconocida como uno de los distintivos esenciales de la Iglesia. Por lo tanto, la instrucción en la fe es parte indispensable del culto cristiano. Pero no es el corazón del culto cristiano. El corazón del culto cristiano es el sacramento del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto lo asume Pablo en 1 Corintios 10:16-17 y 11:20-34. Podemos verlo reflejado en la sencilla afirmación de Lucas en Hechos 20:7: "El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan ..." También se describe en el Didache: "Pero cada día del Señor os reunís, y partís el pan, y dais gracias después de haber confesado vuestras transgresiones, para que vuestro sacrificio sea puro". 5 Justino Mártir informa del mismo modelo como patrón para todas las asambleas cristianas: "En el día llamado domingo, todos los que viven en ciudades o en el campo se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas, hasta donde el tiempo lo permite; entonces, cuando el lector ha cesado, el presidente instruye verbalmente, y exhorta a la imitación de estas buenas cosas. Luego todos nos levantamos y oramos, como hemos dicho antes, y al terminar nuestra oración, se trae pan y vino, y el presidente de la misma manera ofrece oraciones y acciones de gracias, según su posibilidad, y el pueblo asiente, diciendo, Amén; y hay una distribución a cada uno, y una participación en aquéllo por lo cual se han dado gracias, y a los que están ausentes se les envía una porción por medio de los diáconos". 6


El mayor privilegio de la Iglesia es su participación semanal en la comida eucarística, la cena de las bodas del Cordero. Es una tragedia que tantas iglesias en nuestros días descuiden la Cena del Señor, observándola sólo en raras ocasiones (algunas de las llamadas iglesias hasta han abandonado la comunión por completo). De lo que debemos darnos cuenta es de que el servicio del culto oficial de la Iglesia en el día del Señor no es meramente un estudio bíblico o alguna reunión informal de almas que piensan de manera similar; por el contrario, es la fiesta de bodas formal de la Esposa con su Esposo. Por eso nos reunimos el primer día de la semana. En realidad, uno de los principales puntos en disputa en la controversia de la Reforma Protestante era el hecho de que la Iglesia Romana admitía a sus miembros a la Eucaristía sólo una vez al año.7 Irónicamente, la práctica de la Iglesia Romana ahora supera a la de la mayoría de las iglesias "protestantes"; sobre el punto de la comunión frecuente, por lo menos, es Roma la que ha "reformado".


Comentando sobre el dictamen del filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach de que "el hombre es lo que come", el gran teólogo ortodoxo Alexander Schmemann escribió: "Con esta afirmación ... Feuerbach creyó que había puesto fin a todas las especulaciones 'idealistas' sobre la naturaleza humana. En realidad, sin embargo, expresaba, sin saberlo, la más religiosa idea del hombre. Durante mucho tiempo antes de Feuerbach, la Biblia había dado la misma definición del hombre. En la historia bíblica de la creación, el hombre es presentado, primero que todo, como un ser hambriento, y el mundo entero como su alimento. De acuerdo con el autor del capítulo primero de Génesis, la instrucción de Dios de que el hombre se alimentara de la tierra sólo viene en segundo lugar después de la instrucción de propagarse y tener dominio sobre la tierra: 'He aquí os he dado toda planta que da semilla ... todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer' ... El hombre tiene que comer para vivir; debe meter el mundo en su cuerpo y transformarlo en sí mismo, en carne y sangre. Él es realmente lo que come, y el mundo entero es presentado como una global mesa de banquete para el hombre. Y esta imagen de banquete permanece, a través de toda la Biblia, como la imagen central de la vida. Es la imagen de la vida en su creación y también la imagen de la vida en su fin y en su cumplimiento: "... para que comáis y bebáis en mi mesa en mi reino". 8


La Eucaristía está en el centro de nuestra vida, y toda la vida fluye de esta liturgia central. Por lo tanto, la "forma" de la liturgia eucarística da forma al resto de la vida, la liturgia diaria que seguimos al acatar nuestro llamado a ejercer dominio sobre la tierra. El "rito de la vida" está modelado de acuerdo con el ritual central de comunión, que en sí mismo está modelado según la liturgia de la creación establecida en Génesis 1: Dios se apoderó de la creación, la separó, la distribuyó, evaluó la obra, y disfrutó de ella en el reposo sabático. Y este es el modelo de la Santa Comunión, como observa James B. Jordan: "Cuando efectuamos este rito en el día del Señor, estamos siendo reajustados, rehabituados, readiestrados en la manera correcta de usar el mundo. Porque Jesucristo, en la noche de su traición, (1) tomó pan y vino, (2) dio gracias, (3) partió el pan, (4) distribuyó el pan y el vino, llamándolos su cuerpo y su sangre; luego los discípulos (5) lo probaron y lo evaluaron, aprobándolo once de ellos, y rechazándolo uno; y finalmente (6) los fieles reposaron y lo disfrutaron.


"Es porque el acto de dar gracias es la diferencia central entre el cristiano y el no cristiano que la liturgia de las iglesias cristianas es llamada la 'Santa Eucaristía'. Eucaristía significa dar gracias. Es la restauración de la verdadera adoración (dar gracias) lo que restaura la obra del hombre (la séxtuple acción en la totalidad de la vida). Esto explica por qué la restauración de la verdadera adoración tiene primacía sobre los esfuerzos culturales". 9


10 Juan cae a los pies del ángel para adorarle, y el ángel replica concisamente: No lo hagas. ¿Por qué se registra este incidente (repetido en 22:8-9) en el Libro de Apocalipsis? Aunque esto podría parecer sin relación con los grandes y cósmicos puntos en disputa de la profecía, en realidad está cerca del corazón del mensaje de Juan. A primera vista, parece ser una polémica contra la idolatría, ciertamente una preocupación central del Libro de Apocalipsis. Mirada más de cerca, sin embargo, esta interpretación presenta serias dificultades. En primer lugar, debemos recordar que es un apóstol inspirado el que efectúa el acto de adoración, mientras recibe una revelación divina; aunque no es absolutamente imposible que Juan cometa el crimen de idolatría en una situación tal, esto parece altamente improbable. En segundo lugar, la razón del ángel para rehusar la adoración parece extraña. ¿Por qué no cita simplemente el mandamiento contra tener dioses falsos, como hizo Jesús (Mat. 4:10), cuando el diablo exigió que le adorase? En vez de esto, el ángel se embarca en una breve explicación de la naturaleza de la profecía: Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.


La solución ha de encontrarse, primero, en el hecho de que el término adoración(proskuneo, en griego) significa simplemente "la costumbre de postrarse uno delante de una persona y besar sus pies, la orilla de su vestimenta, el suelo, etc.. ", 10 y puede usarse, no solamente para el homenaje que se le rinde a Dios (o, pecaminosamente, a un dios falso), sino también como la correcta reverencia debida a los superiores (véase, por ej., el pasaje de la Septuaginta en Gén. 18:2; 19:1; 23:7, 12; 27:29; 33:3, 6-7; 37:7, 9-10; 42:6; 43:26, 28; 49:Cool. Era completamente correcto que Lot "adorara" a los ángeles que le visitaron, y que los hijos de Israel "adoraran" a José. Mateo usa la palabra para describir la reverencia de un esclavo delante de su amo (Mat. 18:26, y Juan la emplea para registrar la promesa de Cristo a los fieles filadelfianos, de que los judíos serían forzados a "venir y postrarse [proskuneo]" a los pies de ellos (Apoc. 3:9).


Por lo tanto, suponiendo que Juan no estaba ofreciendo una adoración divina al ángel, sino más bien haciendo una reverencia a un superior, la respuesta del ángel puede entenderse más claramente. Un tema común a través del Libro de Apocalipsis es el de que "todo el pueblo del Señor son profetas" (comp. Núm. 11:29). Todos han ascendido a la presencia del Señor, tomando sus lugares en el Concilio celestial alrededor del trono en la Nube de Gloria. Antes de Pentecostés, era apropiado que meros hombres se inclinaran delante de ángeles, pero ya no lo es. "No lo hagas", exclama el ángel: "Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús". El ángel está en nivel de igualdad con Juan y el resto de la comunidad cristiana; por eso, insta a Juan a que adore a Dios, a que "se acerque confiadamente al trono de la gracia" (Heb. 4:16). El hecho de que los hermanos de Juan tengan el testimonio de Jesús demuestra que son miembros del Concilio, en los cuales mora el Espíritu; porque el testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía; el Espíritu se encuentra dondequiera se sostiene y se proclama el testimonio de Jesús.


Bossuet observa: "Con perfecta justicia, por lo tanto, el ángel rechaza la adoración para situar el ministerio apostólico y profético en pie de igualdad con el de los ángeles.... La discusión no se basa en la consideración de que la adoración protege el honor de Juan. Es como si se le hubiese dicho, vé directamente a Dios con tu adoración, de modo que no puedas arrojar en las sombras la gloriosa dignidad conferida a tí, y representada por tí". 11


Pero, ¿qué sucede con la proclamación del ángel que induce a Juan a postrarse a sus pies, para comenzar? "Es la referencia eucarística que contiene. La iglesia primitiva consagró la Eucaristía por medio de la gran oración de acción de gracias que nombra el rito. Alzando sus corazones al cielo, bendijeron a Dios por sus poderosos actos de salvación, asegurando por lo tanto su posesión final por Cristo, y convirtiendo en real el anticipo que estaban a punto de recibir en el cuerpo y la sangre sacramentales de Jesús. El regocijo de la victoria ha pasado a ser la oración eucarística en 19:1-8, pero es la bienaventuranza del ángel la que primero hace explícita la alusión a la bendita festividad comida en el reino de Dios y anticipada en la Iglesia. Juan cae al suelo para adorar, y todo intermediario entre él mismo y Cristo desaparece". 12
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